jueves, 11 de septiembre de 2008

Cuauhtémoc Blanco y la cultura popular

Controvertido, criticado y no pocas veces odiado, Cuauhtémoc Blanco, un triunfador fuera y dentro de las canchas, cierra un capítulo en la historia del futbol mexicano.
Tuxtla Gutiérrez.- A su despertar hoy en la capital chiapaneca, en el primer día del resto de su vida como ex seleccionado nacional, muchos habrán sido los recuerdos que asaltaron la mente y aún más las emociones que cimbraron el corazón de Cuauhtémoc Blanco.

Y si bien aún tendrá la opción de vestir una vez más la camiseta verde en el estadio Azteca, él entiende y asumió desde este miércoles que su ciclo en el Tri concluyó anoche en el estadio Víctor Manuel Reyna de esta ciudad.

Detrás deja casi 100 partidos con el cuadro nacional y en el que también estuvo bajo las órdenes de otros entrenadores como Manuel Lapuente, Javier Aguirre y Hugo Sánchez de quienes, dijo, siempre estuvo dispuesto a acatar sus órdenes.

Dijo irse feliz y sin amargura y sobre Ricardo Lavolpe, quien lo excluyó de la convocatoria para el Mundial de 2006 sólo comentó: Que le vaya bien y que Dios lo bendiga”.

El viaje retrospectivo que para él inició desde el silbatazo final del partido que México ganó anoche aquí 2-1 a Canadá, incluye , además de todos esos partidos, dos Copas del Mundo en las que anotó dos goles, una lesión y su exclusión de Alemania, lo que niega le cause amargura y a lo que calificó como “cosa del pasado”.

En el Mundial de Francia 1998, se le recordará por el gran gol, casi circense, que permitió a México completar un gran retorno sobre Bélgica, para empatar a dos tantos.

Asimismo, por el penalti anotado ante Croacia, para que México venciera con ese tanto al cuadro que, por cierto, dirigía el ex técnico americanista Mirko Jozic.

También, por su colaboración para que México ganara la Copa Confederaciones, y por la lesión que lo mantuvo fuera de acción por varios meses en un partido eliminatorio ante Trinidad y Tobago.

Además, por sus desplantes, su particular forma de celebrar sus goles, simulando, como un can, orinar la meta contraria y su inconfundible pose hincado, con una rodilla levantada, viendo hacia el horizonte y moviendo hacia atrás y adelante sus brazos.

Eso, su personalidad populachera, que lo hizo admirado por unos, criticado y hasta odiado por otros, lo convirtió en un espejo del mexicano promedio que en él, en su origen humilde, se reflejaba para verse asimismo como un triunfador de la cancha.

Un triunfador que, además hizo posible el sueño guajiro, “Made in México”, de venir de abajo, de la nada, y lograr, sin ser un adonis, reconocimiento, admiración y dinero a raudales.

Y, por si fuera poco, la compañía de mujeres guapas “de a montón”, y para muestra, dos botones: Galilea Montijo y Liliana Lago, con quien incluso tuvo descendencia.

Fue precisamente eso, la amalgama de su talento futbolístico, con su personalidad lo que lo ha convertido en un inmortal del balompié y la cultura popular contemporánea de este país en el que encajó, sin ser el mejor ejemplo, como el modelo a alcanzar del mexicano promedio.

Ahora, su carrera, al menos en el tricolor donde anotó 34 goles, ha concluido, pero queda su legado, con un saldo en el que lo positivo inclina la balanza en su favor y que si bien no lo deja como el mejor futbolista mexicano de la historia, quizá sí lo sitúe como el que más sentimientos y pasiones encontradas haya generado

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